sábado, 4 de octubre de 2008

MISTERIOS GLORIOSOS (Miércoles, Domingos)

MISTERIOS GLORIOSOS

1. La gloriosa resurrección del Hijo de Dios.
La virtud de la Fé.

Jesús resucitado ha probado que el hombre junto a él tiene poder sobre el pecado y sobre la muerte. Jesús, ayúdanos a resucitar, sálvanos del pecado, del enemigo, dános Tu luz, dános Tu Alegría. Reaviva en nosotros el amor, la fé, la esperanza, y el regalo de la oración. Permítenos pedir a la Virgen María una fé inquebrantable.

El triunfo de Jesús.
Es el primer día de la semana y las mujeres quieren hacer el último servicio al Señor: ungir su cuerpo. Y se encuentran con algo más de lo que podían esperar: el sepulcro vacío. Cristo ha vencido a la muerte y queda así culminada la redención. Nos alegramos contigo, Madre nuestra, y te pedimos a ti, que supiste estar al pie de la cruz, que sepamos mantener firme la esperanza en la victoria de Cristo.

Fé en Cristo.
En el misterio de Pascua, contemplamos el poder del Espíritu Santo que resucitó a Jesús de entre los muertos y nuestro corazón se llena con la alegría que maría experimentó al escuchar la palabra del ángel de la Anunciación "Alégrate María , llena de gracia". En adelante, Jesús está vivo y cada uno de nosotros puede encontrarlo en el camino como los discípulos de Emaús; pero el encuentro más profundo que podemos tener con él, es experimentar que habita y vive en el interior de nuestro corazón por la paz y la alegría del Espíritu Santo que se derrama en nosotros.


2. La ascensión del Señor a los cielos.
La Ascensión de Jesús al Cielo.
La virtud de la Esperanza.

Jesús, no has abandonado a Tus apóstoles en la agonía, y les has otorgado el gozo de contemplarte ‘glorificado’ durante 40 días. Después de tu Ascensión, gratificas a aquellos que te buscan al recibir la Eucaristía. A través de María nosotros creemos en ti. María otórganos el regalo de la esperanza.

La llamada al apostolado.
Jesús ha estado con sus discípulos cuarenta días para darles la alegría de su compañía, y las últimas instrucciones. Pero llega el momento de la despedida, es el momento de actuar, de llevar el mensaje de Cristo por todos los rincones del mundo. Virgen María, que sepamos estar muy llenos de Dios, y que sintamos la urgente responsabilidad de prender con el fuego de su amor a todos los que encontremos en nuestro camino.

Entrar en la oración de Cristo Padre.
Jesús vino del Padre para revelarnos su misericordia y vuelve al Padre en la gloria. La gloria de Cristo en la cruz es la del amor misericordioso infinitamente herido por el endurecimiento del corazón del hombre. Sentado as la derecha del padre, Jesús ha tomado un nuevo nombre: se ha hecho misericordia. Por eso continúa su obra de misericordia en la actividad suprema que es la intercesión (Heb 7,25). No se trata de la humilde intercesión de Cristo en los días de su carne, sino de la intercesión de Aquel que ha sido entronizado a la derecha de Dios y que ha recibido un nombre sobre todo nombre.


3. La venida del Espíritu Santo sobre el Colegio apostólico y María Santísima.
El Amor Divino.

Jesús, infúndenos con el Consolador, El Espíritu Santo, enciéndenos con la Luz de tu Espíritu, con su fuerza nos penetre hasta el fondo de nuestro corazón y alivie nuestras penas. Envíanoslo para que llene nuestros corazones con tu amor. Háznos apóstoles tuyos, amado Señor. Virgen María permítenos el regalo del verdadero amor y el regalo de la oración del corazón. "Ven Espíritu Santo, Ven a nosotros por medio de la intercesión del Inmaculado Corazón de María, tu bien amada esposa." .

El nacimiento de la Iglesia. Los apóstoles se quedan en Jerusalén esperando la venida del Espíritu Santo, y María, en medio de ellos, les enseña a perseverar en la oración. Es así como nace la Iglesia, para hacer presente a Dios en medio de los hombres a lo largo de toda la historia. Enséñanos María, tú que eres Madre de la Iglesia, a ver en ella no una institución lejana, sino la casa común de los creyentes, que ha querido Dios para llevar al mundo su mensaje de salvación.

La efusión del Espíritu Santo. Jesús debía dejarnos para enviarnos el Espíritu Santo y hacernos compartir el secreto que guarda con su Padre. Tenemos absoluta necesidad del Espíritu Santo para invocar a Jesús nuestro Señor y nuestro amigo, y pronunciar con un espíritu filial el nombre del Padre. Es el quien nos hace penetrar y morar en el corazón de la Santísima Trinidad para ser en Jesús adorador e intercesor. Jesús quiso que el Espíritu Santo viniera en respuesta a la súplica de María, reunida con los apóstoles en el Cenáculo. Volvámonos hacia ella para obtener este Espíritu consolador que nos dé a conocer al Padre y nos releve al Hijo.
María, tú que permaneciste diez días en el Cenáculo con los apóstoles y tu confianza atrajo el fuego del Espíritu sobre la Iglesia naciente como había permitido la Encarnación del Hijo de Dios en tu seno, en la Anunciación, alcánzanos la gracia de permanecer y perseverar en la súplica para que el fuego del Espíritu Santo prenda en el corazón de los hermanos de la Iglesia.


4. La asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a los cielos. La Asunción a los Cielos de la Bienaventurada Virgen.
La Buena Muerte.

Ahora que María es llevada al cielo, ella pide por sus hijos e hijas, ésos hijos e hijas que Jesús puso en sus manos cuando Él estaba en la cruz. María, ruega por nosotros, sabes nuestros temores, llévanos a tu corazón, corazón de madre. Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte llévanos contigo al cielo. Te pedimos una devoción a tu Inmaculado Corazón que será nuestro refugio en nuestras tribulaciones.

La esperanza del cielo. Tú, María has sido creada por Dios como la más excelsa de las criaturas, y ahora el Señor no ha querido que tú, su Madre Santísima, conocieras la corrupción del sepulcro, por eso te abre las puertas del cielo. Eres así nuestra esperanza más firme, porque nos muestras un anticipo de lo que será nuestra resurrección gloriosa. Que tengamos en nuestro corazón esos anhelos de cielo para estar, junto a ti, contemplando el rostro de Dios.

La gracia de morir en oración. En María contemplamos la creación transfigurada y al hombre en la gloria del Padre. Desde nuestro bautismo, estamos habitados por este germen de gloria que gime todavía con dolores de parto, esperando la redención de nuestro cuerpo en nuestra Pascua. "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejante a él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2)


5. La Coronación de María Santísima como Reina y Señora de todo lo creado
La Coronación de la Santísima Virgen María como Reina del Cielo.
La intercesión de Nuestra Madre.

María permítenos llamarte, permítenos amarte, permítenos confiar en ti, porque te nos has dado. Te tenemos como madre en el cielo que también eres Reina; así que nosotros necesitamos avocarnos a ella con una fé inmensa y esperanza. Si pedimos algo mientras rezamos el Santo Rosario, nos será otorgado. Pídele el regalo de la oración, una oración de corazón, dilo solo por amor, una amor por ella y por Jesús. También permítenos pedir por la perseverancia de la oración, para estar siempre unidos a tu corazón y por lo tanto al corazón de Jesús.

La intercesión de María.
Padre, Hijo y Espíritu Santo han salido a tu encuentro para coronarte, porque eres Reina de cielos y tierra. Ante ti, María los ángeles y los santos te colman de su alabanza, porque eres Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad. Por eso, porque eres la omnipotencia suplicante, acudimos a ti María, sabiendo que no vas a desechar nuestras súplicas, Virgen gloriosa y bendita.
Entregarnos a la oración de Maria. "Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 12,1). Asociada a la gloria de su Hijo resucitado, María se nos aparece en la gloria del cielo como la nueva Eva, la mujer perfecta que ha coronado la victoria de la fe. Es la Purísima y la Santísima. Como siempre dijo "sí" a Dios en la tierra, Dios responde "sí" a cada una de sus oraciones. Es la Omnipotencia Suplicante que intercede sin cesar por nosotros ante el Padre, en nombre de su Hijo. Por su oración, nos alcanza el don por excelencia, el del Espíritu Santo que hace de nosotros sus hijos.
Cuando los Apóstoles esperaban el Espíritu Santo, uniste tu súplica a la de sus discípulos, convirtiéndote así en el modelo de la Iglesia en oración. Elevada en la gloria del cielo, acompañas y proteges a la iglesia con tu amor maternal en marcha hacia la patria, hasta el día de la venida gloriosa del Señor. Acoge nuestra súplica y pide para nosotros el Espíritu Santo que es el único que puede darnos la gracia de la oración.

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