sábado, 4 de octubre de 2008

MISTERIOS DE LA LUZ O LUMINOSOS (Jueves)

MISTERIOS DE LA LUZ O LUMINOSOS


1. El bautismo de Jesús en el río Jordán.

Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera.

Jesús es la luz y el agua que da la vida nueva; quien sacia su sed en él, jamás tendrá necesidad de otra satisfacción. Contemplar este misterio nos debe llenar de la luz que necesitamos para superar los momentos de tinieblas que se nos pueden presentar en el andar cotidiano y colmarnos de una esperanza cierta. Vivir según las enseñanzas de Jesús no garantiza que no vamos a tener pesares y dolor. Siempre estarán presente los contratiempos, las enfermedades, las crisis; sí nos garantiza que, en medio de esas tinieblas, contamos con la luz de Jesús que jamás nos abandona y nos regala su gracia para superar la oscuridad.

Juan es el Precursor. El sabe quien es y conoce su misión. Aunque la multitud le sigue y aclama, no se aparta un ápice de lo que es su papel en el plan de Dios. Reconoce al Mesías que llega al Jordán entre los pecadores, como si fuese uno más. Jesús da el mismo paso que el pueblo sencillo y creyente: se deja bautizar. Entonces el cielo se abre, y, a través de signos luminosos, se revelan hondas riquezas del misterio de Dios Trino: el Padre que manifiesta su indecible amor a su Predilecto, y el Espíritu que se muestra como paloma de fuego y paz. Cristo puede ahora iniciar su vida pública y anunciar su reino.
Has manifestado, Padre, tu infinito amor por tu Divino Hijo e Hijo de María según la carne. A todos los bautizados en el nombre de Jesús reúnelos, por tu Espíritu Santo, en la unidad plena. Danos esta gracia “para que el mundo crea”. Bendice a los catecúmenos, a los recién bautizados, a sus padres y padrinos, para que el cirio vacilante de la fe se convierta en una llama viva. Amén.


2. La autorrevelación de Jesús en el milagro de las bodas de Caná.


Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente.

¿Qué nos dice Jesús? ¿Cuáles son las tinajas que debemos llenar de agua para que él haga el milagro? Cada uno debe conocer y reconocer sus talentos -sus tinajas- y llenarlas de agua generosamente; con ella, Jesús hará el milagro y convertirá nuestro "poco" en "mucho".
Los hombres tenemos la misión de construir un mundo mejor, pero solos, con nuestras fuerzas, no podemos; necesitamos que Jesús complete la tarea. Debemos poner todo de nuestra parte y confiar que él hará el resto. Debemos hacer nuestro esfuerzo y confiar en que "nuestra agua" va a "ser vino" en las manos de Jesús.

El primer milagro no consiste en sanar a un enfermo o resucitar a un muerto. Su primer signo mesiánico es alegrar una fiesta de matrimonio. Transforma 600 litros de, legua de vino. Manifiesta así la abundancia de alegría que él trae para el hombre. A su madre la llama con palabra inusual “mujer”. También en el Calvario la llamará así, indicando que es la Nueva Eva junto a él, el Nuevo Adán. María ejerce su inmenso poder de intercesión. Por ella, él adelanta su hora. La Virgen nos deja el programa de toda vida cristiana: “Haced lo que él os diga”. En Caná se alumbró la fe de los apóstoles.


3. El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.


Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2. 3-13; Lc 47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia.

La presencia de Jesús en la historia cambia todo. Nadie puede quedar cautivo; nada debe cercenar nuestra libertad; ni la manipulación ideológica, ni los medios de comunicación social, ni la ambición desmedida, ni la economía despiadada. Nadie debe permanecer en la oscuridad de la ceguera que impide descubrir y ver el verdadero sentido de la vida. Ninguna opresión debe impedir que la persona crezca gozando plenamente de sus derechos y viviendo con dignidad.

Una vez encarcelado Juan, Jesús marchó a Galilea, a fin de proclamar la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio”.
El Santo Padre Juan Pablo II nos explica este pasaje con palabras luminosas: Jesús anuncia la llegada del Reino. Invita a la conversión, perdonando los pecados a quienes se acercan a él con humilde fe. Inicia así su ministerio, su actividad de servicio misericordioso, que continuará ejerciendo hasta el final de los tiempos. Lo hará muy especialmente a través del sacramento de la reconciliación. (Rosarium Virginis Mariae, 21).
Señor Jesús, tu esposa, la Iglesia, prolonga tu anuncio del Reino. Los signos de los tiempos nos han llamado a la Nueva Evangelización. Por tu Espíritu Santo, conviértenos continuamente a una vida de penitencia y santidad. Que tu Paloma de Fuego nos encienda para iluminar con la Buena Noticia todos los ámbitos del hombre y todas las regiones de la tierra. Que, por la intercesión de Mana, Reina del Universo, las naciones acojan tu Palabra de vida y construyan tu Reino de paz. Amén.


4. La transfiguración de Jesús

Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el Espíritu Santo.

¡Qué bien se está junto a Dios! Dichosos aquellos que son capaces de percibirlo y sentirse plenos. Dichosos porque, lamentablemente, no todos están preparados para gozar de las cosas de Dios, para disfrutar con las cosas de Dios. Quienes pueden colmarse con la plenitud de la presencia del Señor es porque han ido afinando su espíritu para aprovecharlo; contemplemos, entonces, la divinidad de Jesús para aprender a gozar con ella cada día más.

Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan. Los llevó a ellos a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron de un blanco muy luminoso. Aparecieron Elías y Moisés y conversaban con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Maestro, es bueno estar aquí. Vamos a hacer tres tiendas: para ti, para Moisés y para Elías.” Y se formó una nube que los cubrió. De la nube vino una voz: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. Jesús les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara;
Sólo Pedro, cabeza del colegio apostólico, Santiago y Juan contemplaron el abandono total de Jesús en Getsemaní. Él los preparó para la hora de la prueba dándoles un anticipo de la gloria de Pascua. El Padre se les manifestó revelando la intensidad divina de su amor al Hijo. Así pudieron entender que la cruz no es el ocaso final, sino un paso hacia el alba. Ello les permitirá explicar al mundo por que Cristo Resucitado tiene llagas tan luminosas como el sol de Tabor.


5. La institución de la Eucaristía.

Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio.

Jesús quiso ser nuestro pan para quedarse entre nosotros. El pan que es fruto de la tierra y del trabajo de los hombres; un alimento sencillo, que no cansa aunque se coma todos los días, sacia el hambre y nutre.
Un producto que es el resultado de muchas manos que contribuyen a que llegue a la mesa: los que preparan la tierra, los que siembran, los que cosechan, los que trabajan en los molinos harineros, los que amasan y cocinan: pan nacido del esfuerzo de muchos y con destino de comunidad porque el pan que se comparte y reparte es el que se multiplica.
Jesús eligió hacerse pan para ser alimento de los hombres; quiso quedarse entre nosotros. Es un Dios cercano que, con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, permanece acompañándonos en la forma sacramental. Un Dios cercano que es Verbo y, con su palabra en la Biblia, también está a nuestro lado.
Un Dios cercano que prometió que cuando dos o tres nos reuniéramos en su nombre, él iba a hacerse presente dejando así su luz entre los hombres para siempre.

La Eucaristía es fuente, centro y cumbre de la vida cristiana, alabanza del Hijo, por el Espíritu Santo, al Padre. Por ella nuestra salvación se renueva, se actualiza en el hoy de nuestra historia y adelanta la fiesta de la alegría completa. Jesús la instituyó cuando llevó “hasta el extremo” su entrega en el sacrificio redentor. Para hacer perdurable esta memoria de su misericordia, instituyó el sacerdocio. Toda la creación participa en los frutos de la tierra y del trabajo del hombre. Somos uno en el Cuerpo y en la Sangre. El es la Pascua, “para la vida del mundo”, Pan vivo en el camino, fiel Presencia en nuestros templos.
Dios Espíritu Santo, así como tu poder fecundó las entrañas de la Virgen Madre, de igual forma en cada Eucaristía transformas el pan y el vino. Concédenos que también nuestra existencia diaria, los esfuerzos y alegrías del trabajo de todos los hombres, sean ofrenda de alabanza al Padre de misericordia. Amen.

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